sábado, 13 de diciembre de 2014

Cine: Vivir sin parar

Nunca es tarde para ir hacia la meta

Llega a nuestras carteleras una emotiva y divertida película protagonizada por un anciano invicto y su leal esposa.Vivir sin parar es un elogio del amor para toda la vida y una reivindicación de la tercera edad como tiempo para dar fruto, y no para marchitarse


Paul, el protagonista, se apoya en su esposa para alcanzar la meta
El amor en la tercera edad ha sido siempre un excelente argumento cinematográfico, que ha dado lugar a películas muy populares y queridas por el público, como El estanque dorado (Mark Rydell, 1981) o El diario de Noa (Nick Cassavetes, 2004). Recientemente, quizá por el progresivo envejecimiento de nuestra población, están apareciendo en nuestras carteleras cada vez más películas centradas en la ancianidad y en alguno de sus aspectos. Recordemos las cintas británicas Una canción para Marión (Paul Andrew Williams, 2012) o Le week-end (Roger Michell, 2013), la escalofriante Amor (M. Haneke, 2012) o la frívola y también británica película sobre El exótico hotel Marigold (John Madden, 2012), por señalar algunos ejemplos.

Si el Reino Unido y Francia se llevan la palma de películas protagonizadas por parejas de ancianos, esta vez es Alemania la que nos sorprende con una historia que combina dos elementos aparentemente difíciles de asociar: tercera edad y deporte. Vivir sin parar, cuyo título original es Su última carrera (Sein letztes rennen), comienza con la pantalla en negro y unas voces de archivo radiofónico de los años cincuenta que, en diversos idiomas, aclaman a una leyenda, a alguien que acaba de hacer historia en el mundo del atletismo. Surge entonces en la pantalla la foto en blanco y negro de un deportista, y una voz anciana nos sitúa: «Ésta es la historia de Paul Averhoff. Ustedes son demasiado jóvenes para saber quién es, pero en aquel entonces... hasta los niños sabían quién era». Aquel entonces era 1956, durante los Juegos Olímpicos de Melbourne, cuando Paul Averhoff, contra todo pronóstico, se impuso a su contrincante ruso en la prueba de maratón, ganando para Alemania la medalla de oro. Conviene aclarar en este punto que todo esto es ficción, ya que aquel año la medalla del maratón fue a parar a un francés. Pues bien, han pasado los años, y el anciano Averhoff (interpretado magistralmente por el cómico alemán Dieter Hallervorden) vive con su esposa Margot en un asilo donde, para entretenerse, sólo puede elegir entre el coro o las clases de manualidades. Desesperado, Paul decide, contra la opinión de casi todos -ancianos y cuidadores-, entrenarse de nuevo para correr la maratón de Berlín. Esta decisión, poco a poco, recaba ciertos entusiasmos, también muchos opositores, y sobre todo, reafirma la compañía incondicional de su esposa.

El director, Kilian Riedhof, recuerda que el origen de la película fue la noticia que leyó de un anciano al borde de la depresión, que recibiendo un ultimátum de su esposa se puso las pilas y recuperó las ganas de vivir. Y una de las cosas que comenzó a hacer fue salir a correr. Ésta es la anécdota para que Riedhof nos hable de la dignidad personal, que no se debe perder aunque el cuerpo degenere y los achaques se apoderen de la salud. El ser humano lo es hasta el final, y sus deseos y anhelos más profundos nunca desaparecen. Por eso, cuando Paul toma su decisión, son muchos los ancianos que recuperan su energía vital, al ver encarnadas en nuestro héroe las ganas de vivir con una meta, con un ímpetu positivo. Pero ese afán de superación no es nada sin la fuerza del amor de Margot, la eterna compañera, la que siempre estuvo ahí, acompañando y sosteniendo a Paul en la maratón de la vida. Se trata, por tanto, de una obra cinematográfica levantada sobre una antropología positiva, esperanzada, aunque sin duda voluntarista y poco trascendente, propia de los aires que corren en la Vieja Europa.

Es cierto que el director caricaturiza un poco a la terapeuta del asilo, una mujer con estrechas miras, muy atada a sus convicciones de libro, y nada abierta al imprevisto de la vida; otros secundarios también responden quizá a personajes ya conocidos por su estereotipo. Pero el conjunto funciona muy bien, es emocional sin ser sentimental, y es austero sin ser frío. No es casual que el cineasta y su coguionista, Marc Blöbaum, invirtieran once años en dar vueltas a esta historia y a cada uno de sus personajes.

Desde el punto de vista del rodaje, es interesante señalar que las imágenes de la maratón de Berlín son reales, y que el actor se integró en la carrera en determinados tramos en los que estaban dispuestas cámaras. Cuando la gente aplaudía, aplaudían al actor Dieter Hallervorden, enormemente popular, pensando que estaba allí haciendo la carrera como otro cualquiera. Pero esas personas no sabían que ante las cámaras aplaudían a un tal Paul Averhoff, leyenda del atletismo, en una película de ficción.

Juan Orellana

Cine: Lecciones de amor

Cuando el arte nos empuja a ser mejores

La próxima semana, se estrena una comedia dramática que, sin ser definitivamente original, es lo suficientemente fresca e interesante como para no dejarla pasar. Un film que afronta con seriedad cuestiones nada banales, como son el sentido del arte, la vocación del educador, y la posibilidad de recomenzar y recuperar el gusto por la vida

Escena de la película Lecciones de amor (www.cine365.com)

¿Qué tiene más potencial artístico y ético, las imágenes, o las palabras? ¿Cuál de los dos lenguajes comunica mejor? Este dilema abre una batalla académica entre Jack Marcus (Clive Owen) y Dina Delsanto (Juliette Binoche), profesores de inglés y de arte, respectivamente, en un instituto americano. Ambos docentes comparten alumnos, y éstos van a tener que tomar parte en esta guerra intelectual que les despierta una inesperada motivación que no tenían.

Bajo este empalagoso título, Lecciones de amor, que traduce con poca vista comercial el original, Words and pictures (Imágenes y palabras), se esconde una estupenda película que engrosa el ya casi subgénero de amor y docencia. En ésta, encontramos ecos de la maravillosa cinta, de Josh Radnor, Amor y letras (2012), sobre todo en lo que a reflexiones sobre la belleza y el arte se refiere. También nos evoca alguna escena de El tigre y la nieve (2005), en la que Roberto Benigni seduce a sus alumnos con una pedagogía excéntrica. Incluso, aunque no pertenece al género de la comedia romántica, algunos elementos de El profesor (Tony Kaye, 2011), como la subtrama de la alumna con problemas, encuentran su trasunto en este film de Fred Schepisi, con guión del veterano Gerald DiPego.

Schepisi tiene una larga filmografía de comedias muy comerciales, y a veces algo toscas. Ahora, a sus setenta y cinco años, nos deja, probablemente, su mejor película. Dos personajes heridos por la vida, uno por el alcohol y otro por la enfermedad, están marcados por el drama de la soledad. Pero también, y es lo más importante, por la búsqueda continua de la belleza; uno en la poesía, otro en la pintura. Una belleza descrita en el film como algo capaz de sacar de las personas su mejor parte, como un ideal capaz de regeneración humana y moral. Belleza y verdad van de la mano en este film, como se evidencia en la memorable escena en la que Marcus revela a su hijo un inconfesable secreto. No es posible vivir en la mentira cuando buscas la belleza. Por eso, arrepentimiento y perdón tienen también un lugar decisivo en la trama de esta película, de savia capriana por su optimismo antropológico.

Otro hilo argumental, exhaustivamente tratado en el cine, pero muy bien llevado a puerto en esta ocasión, es el paterno-filial. El joven que desea tener un padre al que mirar, y sólo encuentra un alcohólico al borde del precipicio. Esta subtrama es discreta en el film, pero muy bien escrita y con una brillante resolución dramática. Sin duda, esta comedia dramática no sería la misma si no la protagonizaran ese par de grandes intérpretes. Juliette Binoche ya bordó a una mujer hundida y recuperada por el arte en Azul (Kieslowski, 1993); Clive Owen encarna a la perfección el simpático vividor con halo de cansino patetismo. Les corea un sólido grupo de secundarios, poco conocidos, pero muy bien orquestados.

Juan Orellana