
Hay cuatro personajes que parecen resumir los cuatro últimos tipos de nuestra existencia. Esos cuatro tipos son: San Jorge, la Princesa que se iba a comer el Dragón, el padre de la princesa que era, si lo recuerdo bien, el Rey de Egipto, y el Dragón. Está todo en esas cuatro figuras: virtud activa destruyendo el mal, virtud pasiva soportando el mal, ignorancia o convención permitiendo el mal, y el Mal. En esas cuatro figuras también pueden encontrarse los reales y saludables límites de la tolerancia: admiro a san Jorge por ser sincero en su deseo de salvar la vida de la princesa, pues es un deseo enteramente bueno y sano. Estoy dispuesto a admirar el deseo de la Princesa de ser comida por el Dragón como una parte de sus obligaciones religiosas, pues la Princesa es generosa aunque tal vez sea un poco perversa. Estoy incluso preparado para admirar la sinceridad del tonto y viejo potentado que entrega a su hija al Dragón porque siempre se había hecho así en su reino. Pero hay un límite, el último límite del universo: rehúso admirar al dragón porque miraba a la Princesa con entusiasmo sincero y porque honestamente creía que comérsela le sentaría bien.
En «Respecting Other Peoples’ Opinions»,
The Illustrated London News, artículo del 29 de octubre de 1910, Collected Works, volume XXVIII.
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