viernes, 25 de enero de 2013

Cine: La vida de Pi


Deslumbrante ambigüedad


Llega la esperada adaptación que el veterano director Ang Lee ha hecho del famoso libro de Yann Martel La vida de Pi, un cuento para adultos en el que el sentido de la religión es el plato principal que se sirve en este festival de imágenes sorprendentes y cautivadoras

El protagonista del film, Pi, con el tigre, tras el naufragio

La vida de Pi es un relato en flashback en el que un indio de Pondicherry (la India francesa), llamado Piscine Molitor Patel -conocido como Pi-, le cuenta a un escritor las peripecias de su vida. Unas peripecias que giran en torno al naufragio que sufrió cuando él y su familia se trasladaban a Canadá, llevando en el barco los animales del zoológico del que eran propietarios y que iban a vender. Una tormenta hizo zozobrar el barco, ahogándose hombres y animales, excepto Pi, que se salva en una barca, acompañado de un tigre, una hiena, un orangután y una cebra.

La película es un cuento en el que los límites entre la imaginación del narrador (el protagonista) y la realidad se revelan equívocos y desdibujados. Se habla del sentido de la vida y del significado y valor de las religiones. Pi es un chaval inquieto que busca respuestas, tanto en los libros (Dostoyevski, Camus...) como en las religiones (hinduismo, cristianismo, Islam...), de las que se queda con lo que le gusta. Su padre le recomienda que use la razón en vez de picotear de aquí y de allá, y le insiste en que es la ciencia la única que finalmente explica las cosas. Pero Pi prefiere creer en un Dios que esté más allá de las religiones particulares, o que más bien las englobe a todas. Su fe se pone a prueba cuando naufragan.

La película es deslumbrante en su fotografía -a veces excesivamente elaborada en postproducción-, y el trabajo -real y digital- con el tigre es portentoso. Harina de otro costal es lo que sucede con las propuestas de fondo. Para centrar el asunto, Ang Lee lo ha dejado muy claro en unas declaraciones a la periodista Elaine Lipworth: «Realmente, la religión ya no tiene sentido». El autor del libro original es un católico practicante, al que le fascinan elementos del Islam y del hinduismo, pero Ang Lee, que ha batallado siempre por la causa del relativismo moral, ha matizado convenientemente la cuestión religiosa en el film hasta su sutil neutralización. Su planteamiento parece claro. Por un lado, se afirma claramente la necesidad de sentido del ser humano: la búsqueda de respuestas que ofrezcan una explicación total de la realidad. Pero, por otro, se ofrecen dos vías de respuesta excluyentes: la racionalista científica y la respuesta religiosa. Las dos se presentan como válidas, y, según el protagonista, uno elige la que más le gusta.

En realidad, lo que parece concluir el film es que la religión es un revestimiento imaginativo, ritual y bello de las verdades naturales, las que conoce la ciencia, las únicas verdades. No hay una auténtica dependencia de Dios. La religión ayuda a sublimar y camuflar el mal y el dolor. También es cierto que el cristianismo aparece tratado con amabilidad, pues subraya la caridad y parece admitir -cuando en realidad no saca las consecuencias- el misterio de la Encarnación, y las actitudes del protagonista son más cristianas que hinduistas. Probablemente es lo que queda de la impronta del autor de la novela.

Cuando el film habla de religión, Ang Lee se refiere a cualquiera. Pi cree en Cristo, en Visnú y en Alá por partes iguales, como si la diferencia fuera insignificante. En la película se aprecia el sentido religioso como algo positivo, pero no deja de ser algo alternativo a la razón. Por eso, el film es gravemente connivente con el reduccionismo moderno de la razón y de la fe. Queriéndolo o sin querer, finalmente es la imaginación y la sublimación escapista la que se entroniza como sustituto de una verdadera fe. En cualquier caso es una película que merece la pena ser vista, no sólo por su esplendor estético, sino porque, al ser suficientemente abierta y ambigua, puede ser motivo de debate.


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