El mundo les debe a los monjes copistas el preservar los textos de la antigua Grecia. Sin ellos, los maestros ateos y anti-católicos que tanto vilipendian a la Iglesia no se habrían ni olido los textos de Platón, Aristóteles, Pitágoras y otros pensadores griegos. Durante los primeros siglos de la Edad Media, las tribus bárbaras, aún no cristianizadas, invadieron las ciudades, a menudo destruyendo todo lo que se encontraban, incluidas las bibliotecas. Con su trabajo entusiasta de copia manual y conservación de las obras, los monjes nos dieron no sólo a los viejos clásicos, sino también a la Biblia.
Después de la caída del Imperio Romano, el caos y la miseria amenazaba Europa. Con su duro trabajo manual, los monjes benedictinos -especialmente- convirtieron pantanos en tierra fértil e introdujeron nuevas variedades de granos y técnicas agrícolas (como la rueda de agua y molinos de viento). Por eso tantas ciudades se han desarrollado en torno a los monasterios.
Durante el reinado de Carlomagno, el emperador católico (768-814), Europa experimentó un notable desarrollo cultural. Aumentando el número de escuelas en monasterios, conventos y abadías, Carlomagno promovió la educación del pueblo, mediante la Iglesia. Estas escuelas monásticas fueron la semilla de la creación de las Universidades.
Hasta aquí hemos hablado de colaboraciones monásticas a la sociedad en lo material (de forma muy breve e incompleta, que conste). Pero el más valioso tesoro que nos han dado y continúan dando por medio de su vida de oración y penitencia es invisible e incalculable.
¿Quieres saber más sobre el tema? Lee “Cómo la Iglesia construyó la civilización occidental”, Thomas Woods Jr. – Ed Ciudadela, 2007
Fuente: OCatequista
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