miércoles, 26 de septiembre de 2012

EL FENÓMENO CARISMÁTICO (parte 1)


Una de las grandes bazas con la que cuenta la Iglesia en orden a una nueva evangelización es lo que podríamos llamar el fenómeno carismático. Este se compone de la Renovación Carismática como tal y otras comunidades, grupos, predicadores que obedecen a carismas particulares o simplemente van por libre. Todo este conjunto constituye una fuerza espiritual nada desdeñable por una serie de razones que vamos a explayar.

El fenómeno carismático existe en todas las Iglesias y denominaciones cristianas del mundo. Este hecho hace que ecuménicamente sea un movimiento de enorme importancia. En las Iglesias ortodoxas orientales, aunque se da el movimiento carismático, le es más difícil penetrar ya que son tradicionalmente más rígidas Un carismático católico y un evangélico o anglicano renovados, pueden hacer oración y juntarse para hacer cosas en común sin ninguna dificultad. Es mucho más lo que tenemos en común que lo que nos separa.

La identidad carismática básica viene de una experiencia viva de Pentecostés. Como nos cuentan los Hechos de los Apóstoles y otros escritos del principio, los cristianos primitivos se imponían las manos para que se les hiciera experimentable  el don recibido en Pentecostés. De alguna forma, este gesto junto con la Palabra fueron los sacramentos iniciales que crearon las comunidades cristianas donde se comenzó a partir el pan como centro del culto. De esta forma el Espíritu Santo renovaba el recuerdo salvífico de J.C. y lo hacía extensible cada vez a mas miembros nuevos.

El fenómeno carismático actual procede de este mismo bautismo o efusión del Espíritu. Se inició entre los metodistas en enero del año 1901.  La Iglesia metodista se escindió del Anglicanismo hacia el año 1729. Este cisma no se hizo por rechazo, sino por afán de reforma y de acercamiento sencillo del culto y de los grandes dogmas al pueblo cristiano. Se ha comparado el movimiento metodista al franciscanismo. Sus promotores, en especial John Wesley, un hombre de entraña mística y de una predicación muy imaginativa y cercana al pueblo, conservaron siempre un gran respeto por la Iglesia madre Anglicana.

 Ese día de enero un pastor daba una catequesis sobre los Hechos de los Apóstoles. Entre los oyentes había una chica llamada Inés que se levantó, se puso en medio de la sala y pidió al pastor que orará sobre ella tal como lo narra el libro sagrado. El pastor le impuso las manos y ahí empezó todo. Tanto Inés, como sus compañeros y como miles y miles después sintieron un cambio de vida y sucedió en ellos la experiencia del Espíritu rubricada por la oración en lenguas. La novedad que esto significó no pudo ser asimilada por las iglesias tradicionales que los expulsaron formando ellos una nueva iglesia que se llamó Pentecostal. A partir de los años cincuenta, era tan grande la multitud, que fueron siendo admitidos por las diversas iglesias. En la Católica su irrupción data de 1967. Hoy en día es entre nosotros, los católicos, donde esta corriente del Espíritu más floreciente está.

Sigue siendo un fenómeno incomprendido aunque no residual porque su influencia en el cambio de espiritualidad, en los gestos, en los cantos y en todo el talante católico es más que visible. He tenido la dicha de ver cómo los cuatro Papas que han coincidido con esta corriente espiritual la han reconocido y elogiado con grandes muestras de agradecimiento, cosa que no se puede decir de la mayoría de cardenales, arzobispos, obispos y sacerdotes, lo cual no está fuera del designio divino, ya que así, ha podido crecer en profundidad en medio de la catacumba y la pobreza, con un trato a veces rayando la persecución. Pastores no ha tenido muchos, pero suficientes para estar entroncada en lo más vivo de la Palabra y de la Tradición.

Fuente: ReL

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