miércoles, 1 de agosto de 2012

«QUIEN REZA SE SALVA, QUIEN NO REZA SE CONDENA»

San Alfonso María de Ligorio, fundador de los redentoristas, fue "uno de los santos más populares del siglo XVIII, por su estilo simple y directo y por su doctrina sobre el sacramento de la penitencia: en un periodo de gran rigorismo, fruto de la influencia jansenista, recomendaba a los confesores administrar este sacramento mostrando el abrazo alegre de Dios Padre, que en su misericordia infnita no se casa de acoger al hijo arrepentido".

En 1759 escribió Del gran medio de la oración, un librito "que él consideraba el más útil de todos sus escritos". En él describe la oración como "el medio necesario y seguro para obtener la salvación y todas las gracias que necesitamos para conseguirla".


Al decir que la oración es un medio, "nos recuerda el fin a alcanzar": Dios. San Alfonso acuñó una máxima muy sencilla para comprenderlo: "Quien reza, se salva; quien no reza, se condena". Y decía él mismo: "Salvarse sin rezar es dificilísimo, más bien imposible... pero rezando, salvarse es algo seguro y facilísimo". E insistía: "Si no rezamos, no hay excusa, porque la gracia de orar se le da a todos"; luego "si no nos salvamos, toda la culpa será nuestra, porque no habremos rezado".

"Se nos invita", dice ya el Papa, "a no temer recurrir a Él y a presentarle con confianza nuestras peticiones, con la certeza de obtener aquello de lo que tengamos necesidad... Sólo mediante la oración podemos acogerle a Él y a su gracia, que, iluminándonos en todas las situaciones, nos hace discernir el bien del mal y, fortificándonos, hace eficaz también nuestra voluntad, esto es, la hace capaz de llevar a la práctica el bien conocido".

"La relación con Dios es esencial en nuestra vida", concluye el Papa: "Se realiza hablando con Dios, en la oración personal cotidiana y con la participación en los sacramentos". Con esos medios, "puede crecer en nosotros la presencia divina que endereza nuestro camino, o ilumina y lo hace seguro y sereno, incluso en medio de dificultades y peligros".

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ORACIÓN DE LA CONFIANZA


Señor,
cuando mi alma esté dormida
a los dones eternos,
despiértame el deseo de tu amor.
Cuando mi corazón sea prisionero
de aficiones mezquinas,
levántame hasta Ti.
Cuando esté poseído de orgullo
o amor desordenado de mí mismo,
dame el conocimiento
de mi gran pobreza.
En lugar de éxtasis o raptos
pon en mi oración la confianza
sencilla del necesitado.
En vez de unión de las potencias
dame la gracia de no pensar,
buscar ni desear
sino lo que sea
de tu divino agrado.

Amén

San Alfonso M. de Ligorio


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