lunes, 6 de agosto de 2012

LA VIRTUD CRISTIANA MENOS POPULAR DE TODAS


Hoy se repite a menudo que «el sexo no es algo de lo que haya que avergonzarse». Esta afirmación puede querer decir dos cosas. La primera interpretación sería la siguiente: «no hay por qué avergonzarse del modo en que el hombre procrea y que además exista un placer en ello».

Si es esto lo que se quiere decir, me parece razonable. Los cristianos dicen exactamente lo mismo. El problema no está en el sexo en sí, ni en el placer que conlleva. De hecho los padres de la Iglesia afirman que si el hombre no estuviera caído por el pecado original, el placer sexual sería aún mayor. Soy consciente de que algún cristiano despistado ha podido decir que para la religión cristiana el sexo, el cuerpo, o el placer eran malos per se . Estaba equivocado. El cristianismo es, prácticamente, la única religión que defiende el valor del cuerpo, que cree que la materia es buena, porque Dios mismo tomó la forma humana y que, incluso, en la vida eterna recibiremos un cuerpo (glorioso) que será parte esencial de nuestro gozo y de nuestra belleza y energía. El cristianismo ha glorificado el matrimonio más que cualquier otra religión. La mejor poesía amorosa del mundo ha sido escrita por autores cristianos. Por tanto, el cristianismo rechaza la afirmación de que el sexo es malo por naturaleza.


En segundo lugar, al decir que «el sexo no es algo de lo que haya que avergonzarse» quizá se quiera decir que «no hay que arrepentirse de que se haya dado rienda suelta al instinto sexual». Ciertamente nacemos con un cuerpo que está predeterminado en este sentido, y crecemos rodeados de una publicidad que no facilita la castidad. No faltan quienes avivan nuestro instinto sexual con el fin de hacer negocio, ya que es evidente que un hombre presa de una obsesión, es un hombre muy débil frente a la publicidad.

Si quisiéramos curarnos realmente, podríamos. Puede que al principio fracasemos, pero mientras nos arrepintamos y volvamos a empezar, estaremos en el buen camino. La dificultad está, por tanto, en querer de verdad. Una vez oí contar a un conocido personaje, que se confesaba católico, que cuando era joven rezaba pidiendo el don de la castidad. Pasados varios años se dio cuenta de que, mientras en voz alta repetía: «Señor, concédeme el don de la castidad», por dentro pensaba: «pero, por favor, no lo hagas hasta dentro de algunos años».

Las principales razones por las que hoy resulta especialmente difícil desear una castidad plena, y más aún, alcanzarla son:
  • La idea de que todo deseo sexual que sentimos es "sano" y "natural"
  • La creencia de que vivir la castidad cristiana es imposible

¿Todo deseo sexual que sentimos es sano y natural?


Nuestra naturaleza caída se alía con los demonios que nos tientan y con toda la publicidad erótica para darnos la impresión de que los deseos que intentamos resistir son tan «naturales», «sanos» y «racionales» que no satisfacerlos es algo perverso y anormal. Carteles, películas, novelas, todo ello contribuye a vincular la idea de la satisfacción sexual con el concepto de normalidad, de juventud, de vigor, de animación, etcétera. ¡Esta conexión es falsa!

Como toda mentira, también ésta tiene su parte de verdad, en concreto, la idea de que el sexo en sí, dejando a un lado cualquier tipo de perversiones y exageraciones, es un hecho normal y sano. El error está en afirmar que la satisfacción inmediata del deseo sexual es siempre algo normal y sano. Esto es un contrasentido desde cualquier punto de vista, no sólo desde el punto de vista cristiano. La satisfacción de todos nuestros deseos lleva consigo impotencia, enfermedad, celos, mentiras y farsa: todo lo contrario de salud, buen humor y normalidad.

¿Es imposible vivir la castidad cristiana?


En un examen cabe plantearse si contestar una pregunta opcional o no, pero habrá que dar respuesta a todas las preguntas obligatorias. Una contestación mediocre tendrá más puntuación que dejar la pregunta en blanco. Así hay que actuar en la guerra, al practicar el alpinismo, o cuando aprendemos a patinar sobre hielo, a nadar o a montar en bicicleta. Al final llegamos a hacer cosas de las que nunca nos habríamos creído capaces. Es increíble lo que uno puede hacer cuando no le queda más remedio que hacerlo.

Para vivir la castidad, como un amor absoluto, se requiere algo más que el simple esfuerzo humano. Es preciso acudir a la ayuda de Dios. Quizá después de pedírsela nos dé la impresión durante mucho tiempo de que no la recibimos o que quizá es poca para la que necesitamos. No debemos desanimarnos. Detrás de cada caída hay que pedir perdón, levantarse y volverlo a intentar. En muchas ocasiones Dios no nos da la virtud misma, sino la fuerza para no rendirnos. Porque si la castidad (la fortaleza, la sinceridad y, en general, cualquier virtud) es importante, mucho más importante es la actitud de quien se empeña en un continuo volver a empezar. Esta actitud nos cura de todas las falsas ilusiones que podamos tener, y nos enseña a confiar en Dios. Aprendemos así que no nos podemos fiar de nosotros mismos, ni siquiera en los mejores momentos y, por otra parte, nos damos cuenta de que no hay motivo para la desesperación, porque nuestros errores están perdonados. Lo peligroso es pactar con nuestra mediocridad:

Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial (Mt, 5, 48)

Y para terminar, quiero dejar claro que el sexo no representa el núcleo de la moral cristiana. Es erróneo pensar que el cristianismo considera la lujuria como el vicio más importante. Aunque los pecados de la carne son malos, son los menos malos. Los peores placeres son siempre espirituales: el placer de dejar mal a los demás, el de mandar, el de asumir un aire de superioridad, el de tener como regla general contradecir a todos, los placeres relacionados con el poder y el odio, etc. Y es que hay dos fuerzas dentro de mí que pugnan contra el ser humano que quiero llegar a ser: el «yo animal» y el «yo diabólico». Este último es el peor de los dos. Por ello, probablemente, un hipócrita frío y convencido de sí mismo esté más cerca del infierno que una prostituta. Evidentemente lo mejor es no ser ni lo uno ni lo otro.


Cristianismo y nada más
C.S. Lewis
Adaptado de la traducción de Ana Halbach
Idea sisada de O Catequista



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