lunes, 13 de agosto de 2012

EL GRAN PECADO

No hay falta alguna que haga a una persona menos popular, ni falta alguna de la que tengamos menos conciencia en nosotros mismos. Y mientras más la tenemos en nosotros, más nos disgusta en otros.

El vicio del que estoy hablando es el de la Soberbia u Orgullo; y la virtud opuesta a ese vicio, en la moral cristiana, es llamada Humildad. Podrán recordar, cuando hablaba acerca de la moral sexual, que les previne de que el centro de la moral cristiana no estaba ahí. Bien, ahora hemos llegado al centro. De acuerdo a los maestros cristianos, el vicio esencial, el vicio extremo, es la soberbia. En comparación con ella, la falta de castidad, la ira, la codicia, la ebriedad, y todo eso, son bagatelas: fue a través de la soberbia que el demonio llegó a ser el demonio; la soberbia lleva a todos los demás vicios; es el más completo estado de mente anti-Dios.

Fuente: Manel Palencia

(...) Si quieres descubrir cuán soberbio u orgulloso eres, el camino más fácil es preguntarse, “¿Cuánto me disgusta cuando otras personas me tratan con arrogancia, o rehúsan tomarme en cuenta, o me pasan a llevar, o me tratan con aire condescendiente, o son ostentosos?” (...) Ahora, lo que debe quedar muy claro es que la soberbia, el orgullo, son esencialmente competitivos -son competitivos por su naturaleza misma-, mientras los otros vicios solamente son competitivos, por así decirlo, por accidente. La soberbia no obtiene placer en la posesión de algo, sino tan sólo en el poseer más de ese algo que el vecino. (...) Si todos llegaran a ser igualmente ricos, o inteligentes, o atractivos, no habría nada por que sentir orgullo. Es la comparación lo que hace orgulloso: el placer de estar por sobre los demás.

Una vez que desaparece el elemento de competencia, desaparece el orgullo. Tal es la razón que me lleva a decir que el orgullo, la soberbia, son esencialmente competitivos en un sentido en que no lo son los demás vicios. El impulso sexual puede llevar a dos hombres a competir si ambos desean a la misma mujer. Pero eso sólo sucede por accidente; igualmente podrían haber deseado a dos mujeres diferentes. Pero un hombre soberbio te quitará a tu mujer, no porque la desea, sino simplemente para probarse a sí mismo que es más hombre que tú. La codicia puede llevar a competir a las personas, si no hay suficiente para todos; pero el hombre soberbio, incluso cuando ya tiene más de lo que podría desear, tratará de obtener más tan sólo para imponer su poder. Casi todos aquellos males que la gente achaca a la codicia o al egoísmo, realmente son, en mucho mayor medida, resultado de la soberbia.


Tomemos el dinero, por ejemplo. La codicia por cierto hará desear dinero, para lograr una casa mejor, mejores vacaciones, mejor comida y bebida. Pero sólo hasta cierto punto. ¿Qué hace que un hombre que gana diez mil libras al año esté ansioso por obtener veinte mil? No es la codicia por más placer. Con diez mil libras se podrá conseguir todos los lujos que una persona puede realmente utilizar. Es la soberbia, el deseo de ser más rico que otras personas ricas, y (más aún) el deseo de poder. Porque, evidentemente, es el poder lo que realmente complace a la soberbia; nada hace sentirse a las personas tan superiores a otras como poder manejadas como soldaditos de juguete. ¿Qué hace que una mujer esparza desdicha dondequiera que va, en el afán de coleccionar admiradores? Ciertamente no su instinto sexual; ese tipo de mujer a menudo es frígida. Es la soberbia. ¿Qué hace que un dirigente político o toda una nación insistan en más y más demandas? Nuevamente la soberbia. La soberbia es competitiva por su naturaleza misma: es por ello que no se detiene nunca. Si soy un hombre soberbio, entonces, mientras haya un solo hombre en todo el mundo más poderoso, más rico o más inteligente que yo, será mi rival y enemigo.

Los cristianos tienen razón: es la soberbia lo que ha sido la principal causa de desgracia en toda nación y en toda familia desde comienzos del mundo. Otros vicios pueden, ocasionalmente, juntar a la gente: puede encontrarse buena camaradería y bromas y amistad entre borrachos o gente poco casta. Pero la soberbia siempre significa enemistad, es enemistad. Y no sólo enemistad entre hombre y hombre, sino enemistad con Dios.

En Dios se encuentra uno con alguien que es en todo aspecto inconmensurable mente superior a uno mismo. A no ser que se reconozca a Dios en esa forma -y, por lo tanto, se reconozca uno mismo como nada en comparación-, no se conoce a Dios en absoluto. Mientras se es soberbio, no se puede conocer a Dios. Un hombre soberbio siempre está teniendo en menos, mirando hacia abajo a las personas y las cosas; y, por supuesto, mientras uno esté mirando hacia abajo, no puede ver lo que está por sobre uno.


Esto hace surgir una terrible pregunta: ¿cómo es que personas a las que obviamente carcome la soberbia pueden decir que creen en Dios y sentirse muy religiosas? Temo que ello signifique que adoran a un Dios imaginario. En teoría admiten no ser nada en la presencia de este Dios quimérico, pero en realidad están todo el tiempo pensando en cómo El las aprueba y las cree mejores que las personas comunes; esto es, pagan unos peniques de humildad imaginaria a este Dios, y obtienen de vuelta una libra de soberbia dirigida a sus semejantes. Supongo que a esta gente se refería Cristo cuando dijo que algunos predicarían sobre El y expulsarían a los demonios en Su nombre, sólo para encontrarse al final de los tiempos con que El no los conocía. Y cualquiera de nosotros puede estar en cualquier momento en esta trampa mortal. Por suerte, tenemos una prueba. Siempre que nos encontremos con que nuestra vida religiosa nos está haciendo sentir que somos buenos -sobre todo mejores que otras personas-, creo que podemos estar seguros de que está operando en nosotros no Dios, sino el demonio. La verdadera prueba de estar en la presencia de Dios es que uno o se olvide totalmente de uno mismo, o se vea como algo pequeño y sucio. Es mejor olvidarse completamente de uno mismo.

Es una cosa terrible el que el peor de todos los vicios pueda meterse de contrabando en el centro mismo de nuestra vida religiosa. Pero podemos ver por qué sucede. Los otros vicios, que no son tan malos como la soberbia, provienen del demonio que opera en nosotros a través de nuestra naturaleza animal. Pero la soberbia viene directamente del Infierno. Es puramente espiritual; en consecuencia, es mucho más sutil y mortal. Por la misma razón, a menudo se puede usar la soberbia, el orgullo, para vencer a los vicios más simples. Los profesores, de hecho, a menudo apelan al orgullo de un muchacho, o, como lo llaman, a su amor propio, para hacer que se comporte decentemente; muchos han superado la cobardía o lujuria o mal humor aprendiendo a pensar que están por debajo de su dignidad, esto es, por orgullo. El diablo se ríe. Se siente perfectamente contento de verte haciéndote casto y valiente y autocontrolado, siempre que, al mismo tiempo, esté colocando en ti la dictadura de la soberbia, tal como se sentiría contento de ver curados tus sabañones si se le permitiera, a cambio, darte un cáncer. Porque la soberbia es cáncer espiritual: acaba con la posibilidad misma de que exista amor o contentamiento o incluso sentido común.


(Adaptación de) C.S.Lewis

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