domingo, 29 de julio de 2012

ELEFANTE BLANCO


Los prejuicios empañan un gran testimonio


Llega a los cines Elefante blanco, con el actor Ricardo Darín en el papel protagonista, interpretando a un párroco en una villa miseria de Buenos Aires. La película tiene algunas sombras, que el espectador deberá tener en cuenta, como la relación pasajera de otro sacerdote con una mujer. Si no fuera por estos elementos, estaríamos hablando de un impecable testimonio de compromiso sacerdotal. Lástima que alguna escena fuera de tono empañe el resultado final.

 El director argentino Pablo Trapero, con una amplia filmografía, siempre dura y a menudo radical y sórdida, explora por primera vez y se zambulle en el mundo de los sacerdotes, específicamente de aquellos que, comprometidos en obras sociales de enorme peligrosidad, formaron parte del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. En concreto, la película es un claro homenaje al padre Carlos Múgica (1930-1974), fundador de la parroquia Cristo Obrero, en una villa miseria, y que murió asesinado a balazos, dejando un legado de caridad y reconocimiento del pueblo.

La película está protagonizada por el padre Julián (Ricardo Darín), párroco de la parroquia de Cristo Obrero, enclavada en Villa 31 de Retiro, en Buenos Aires; un lugar infestado de bandas de narcotraficantes, jóvenes drogadictos y familias desestructuradas. Es un sacerdote recio: hombre de oración, de sacramentos, cercano a su obispo -que no complaciente-, seguidor del carisma del padre Múgica, y de fuerte devoción mariana: reza el Rosario a diario con sus coadjutores.

Al padre Julián le diagnostican un tumor cerebral irreversible, y él, sin decir nada a nadie, decide buscar un sucesor como párroco. El sacerdote que vive con él es muy trabajador y buen cura, pero demasiado joven. Así que decide recurrir a un compañero de seminario, el francés Nicolás, muy comprometido socialmente con los indígenas, y que está marcado por un sentimiento de culpa ante el asesinato de sus feligreses en la selva mientras él permaneció escondido. Una vez en la parroquia de Cristo Obrero, el proyecto más importante es levantar unas construcciones de realojamiento de los habitantes de la Villa, que viven en chabolas. Pero problemas económicos y políticos que afectan al Obispado amenazan con parar las obras.

La primera hora de película es un impecable testimonio de compromiso sacerdotal, en comunión con la Iglesia y ejemplar entrega. Es sorprendente que, en un contexto mediático en el que la figura del sacerdote aparece frecuentemente asociada a escándalos y turbiedades, Trapero nos presente a sacerdotes normales, como Julián y su joven colaborador, hombres de fe sin intereses espurios ni motivaciones oscuras.

El guión y la cinta tienen, sin embargo, dos elementos que ensombrecen el resultado: el affaire del padre Nicolás con Luciana, y el papel del padre Julián en el desenlace del film. Nicolás se enamora de Luciana, con la que se entrega a una apasionada relación, incluso sexual. La película es muy explícita en esto y se trata de tal manera que alguien lo puede interpretar como una apuesta de Trapero por el celibato opcional. Esta subtrama a lo Pájaro espino perjudica el tono realista, social, y auténtico del film. No porque en la vida real no puedan suceder esas cosas, sino porque el tono de la película va por otro lado.

El segundo punto disonante, el desenlace, es demasiado ambiguo, no por decisión del guionista, sino por la resolución de la puesta en escena, y puede afectar a la coherencia que ha mantenido hasta ese momento el personaje de Julián. Hechas estas dos puntualizaciones, hay que reconocerle a la película fuerza, dramática y visual, una poderosa puesta en escena y una excelente dirección de actores.

Hay otro punto interesante. La relación del padre Julián con su obispo, aunque tensa, es cercana, libre, sincera. El obispo visita el barrio y Julián le dice siempre claramente lo que piensa. Quedan atrás aquellos esquemas de marxismo doctrinario en los que se exacerbaban las diferencias y contradicciones dentro de la Iglesia. Lo que define a los protagonistas no es una lucha ideológica, sino su entrega a la gente, una entrega que nace de la fe, y no de la lucha de clases. En fin, una película que a pesar de sus peros, no trivializa la realidad, sino que se la toma en serio. Y por tanto al espectador también.

 


Fuente: Alfa y Omega > Nº 794 / 12-VII-2012 > Desde la fe > Cine

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