
Además de un derecho del hombre, el trabajo es un DEBER (CIC
2427). Todo persona en la edad adecuada tiene la obligación de honrar a Dios a
través del trabajo, no sólo para mantenerse sino también para "dar
servicio a la comunidad humana" (CIC 2428). Por eso, los émulos de Homer
Simpson no se daban en la comunidad cristiana guiada por San Pablo:
Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma (2
Tesalonicenses 3,10).
El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC 2409) nos enseña
que el trabajo mal hecho es inmoral. Al fin y al cabo, el que holgazanea y no
se esfuerza en cumplir con sus funciones adecuadamente perjudica materialmente a
aquellos que le pagan el sueldo. Además, si es parte de un equipo, posiblemente
el escaqueado estará fastidiando a sus
colegas, que tendrán que sacrificarse para poner al día el trabajando retrasado
o rehacer el que esté mal hecho.
La chapuza puede causar desde pequeños inconvenientes hasta graves
daños a los demás. Por otra parte, el trabajo animado por una verdadera
conciencia cristiana transforma positivamente la realidad. Como los monjes
benedictinos de la Edad Media, que siguiendo la regla de la oración y el trabajo
de San Benito, impulsaron el crecimiento económico en Europa, introdujeron
nuevas técnicas agrícolas, transformaron grandes ciénagas en tierras
cultivables, y crearon productos que, aún hoy, sostienen la economía de varias
ciudades (como el queso, el vino, el champán, etc.). Y no nos olvidemos de su
valiosa labor de copia y la preservación de los manuscritos antiguos, lo que
impidió a los bárbaros transformar la Biblia y los escritos de los eruditos
griegos en polvo.
Es en el entorno profesional que la mayoría de la gente pasa
la mayor parte de su vida. Por lo tanto, es uno de los lugares donde Cristo más
necesita cristianos que den testimonio de Él. Un trabajador distraído,
perezoso, incompetente e irresponsable pierde une gran oportunidad de honrar el
nombre del Señor delante de los hombres. Mientras tanto, un cristiano que lleva
a cabo sus deberes con amor, porque reconoce que esa realidad es un don de
Dios, marca la diferencia. "Mira fulano, que competente y servicial es. Es
meeeegacatólico, ¿sabes?" ¡Punto para Jesús!
No es de extrañar que San Josemaría Escrivá, un santo del
siglo XX, insistiera tanto en la búsqueda de la santidad a través del trabajo:
"Sea cual sea, el trabajo profesional se convierte en
una luz que ilumina a vuestros compañeros y amigos. Por lo tanto, a menudo me
repito (...): que me importa que me digan que fulano es (...) un buen cristiano
-¡pero un mal zapatero! Si no te
esfuerzas por aprender bien tu oficio, o llevar a cabo tu trabajo con esmero,
no lo puedes santificar ni ofrecer al Señor. Sin embargo, la santificación del
trabajo ordinario es como el fundamento de la verdadera espiritualidad para
aquellos que, como nosotros, han decidido vivir en intimidad con Dios, inmersos
en las realidades temporales". (Amigos de Dios, 61)
La realidad del trabajo es tan importante que fue asumida
por Jesús: hasta el comienzo de su vida pública, trabajó como cualquier otro.
¿O crees que San José le dio la paga hasta los 30 años?
"El trabajo honra los dones del Creador y los talentos
recibidos. También puede ser redentor. Soportando el peso del trabajo en unión
con Jesús, el carpintero de Nazaret y el crucificado del Calvario, el hombre
colabora en cierta manera con el Hijo de Dios en su obra redentora. Se muestra
un discípulo de Cristo llevando la Cruz cada día, en el trabajo que está
llamado a realizar. El trabajo puede ser un medio de santificación y una
animación de las realidades terrenas en el espíritu de Cristo. "(CIC 2427)
Así pues, ¡basta de escaquearse, figura! Si pasas una
buena parte de tu jornada de trabajo rascándote la barriga, limándote las uñas,
chismorreando, twitteando o facebookeando, algo va muy mal. ¡Confiésate, ora y
labora!
Fuente: Ocatequista
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