lunes, 16 de abril de 2012

ORACIÓN POR LOS QUE MANDAN

Leyendo la magnífica novela La hora 25, del rumano Constantin Virgil Gheorghiu (El Buey mudo), me encuentro que uno de sus personajes, el padre Koruga, en un momento dado de cavilación sobre la impotencia hacia el abuso de los diferentes organismos de poder, recita una plegaria del poeta W.H. Auden, el autor de Un poema no escrito u Otro tiempo (...). No me resisto a copiarla aquí: 

“Y, ahora, roguemos a la intención de quienes detentan alguna desgraciada partícula de autoridad, roguemos por todos aquellos a través de quienes tenemos que sufrir la tiranía impersonal del Estado, por todos aquellos que investigan y contrainvestigan, por todos aquellos que dan autorizaciones y promulgan prohibiciones, roguemos por que no consideren jamás la letra y la cifra como algo más real y más vivo que la carne y la sangre… y haced, Señor, haced que nosotros, simples ciudadanos de esta tierra, no lleguemos a confundir al hombre con la función que ocupa. Haced que tengamos siempre presente en el espíritu y en la mente que de nuestra impaciencia o de nuestra pereza, de nuestros abusos o de nuestro temor a la libertad, de nuestras propias injusticias, en fin, ha nacido este Estado que tenemos que sufrir para perdón y remisión de nuestros pecados”. 

LeviatánEn efecto, nuestros pecados son muchos. Sobre todo los de omisión. Y el Estado de turno se apropia de atribuciones que no le incumben, o tergiversa o no cumple las que verdaderamente le conciernen. Es insaciable. El individuo -la persona- va siendo sojuzgado por una desasosegante burocracia, por leyes absurdas y criminales, por la caprichosa voluntad de unos individuos cada vez más abstrusos e injustos. El poder trata con estadísticas, y se enquista en si mismo. Y se envilece y se pudre. La verdad ya no sirve. La intriga prevalece sobre la inteligencia y el alma. Necesitamos de muchas plegarias como la de W.H. Auden.

Pero, ¿qué ponemos de nuestra parte para que todo esto deje de ser así? La deshumanización del ejercicio de poder, de la política, así como el cómodo conformismo de la mayoría, es un síntoma evidente de decadencia. Y en esta decadencia está el embrión de los nuevos bárbaros. Al tiempo. Nunca como hoy ha sido tan necesaria una cívica y contundente rebeldía. Y los poetas tienen mucho que decir sobre ello. 



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