jueves, 29 de diciembre de 2011

Por la fiesta de hoy muchos creyentes abandonaron la fe

Hoy parece ser un día de gracietas, pero a la Iglesia le ha costado varias decepciones de clientes el considerar lo que ocurrió hace más de veinte siglos. Albert Camus decía que no podía creer en un Dios cobarde, que se escapara de rositas dejando que un puñado de niños murieran a su costa, o en su nombre. En uno de sus escritos autobiográficos, André Gidecuenta la escena que vio en un pueblo de Francia. Un chaval lleno de entusiasmo iba corriendo despreocupado detrás de un carro. De repente vio que había una cuerda que colgaba de su costado e intentó subirse para jugar. El caso es que se tropezó, se enredó en la cuerda y se mantuvo durante un trecho largo enganchado a la cuerda boca abajo, con su cabeza rebotando en el suelo todo el trayecto. Cuando el carro paró, aquello no era más que una masa amorfa llena de sangre. Gide juró que no podía creer en un Dios que se quedara impasible ante el dolor y la muerte de los niños.
¿Podemos poner un poco de luz en este dolor desde la óptica cristiana? De una cosa estamos seguros, y es que Dios no es el causante del mal físico ni del mal moral. Dios no se inventó la muerte, ni se entretiene lanzando enfermedades a diestro y siniestro. Su posición no es la de las deidades romanas, que echan mano de dos calderos, el de la ventura y el de la desventura, y derraman al azar su contenido sobre el mundo. Cuando Cristo ve una procesión con una mujer llorando por su hijo, que acaba de morir, él mismo se echa a llorar en tres momentos sucesivos. Cristo no soporta el sufrimiento, ve dolor y cura, donde hay lepra regenera… Por eso, ni siquiera entiende que acaben con él, “Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?”, “si he dicho algo mal, ¿por qué me pegas?”, “Padre, perdónalos, no saben lo que hacen”. Su actitud es de permanente desconcierto porque es la Inocencia absoluta. No sabe del mal, no entiende cómo deletrearlo.
Pero como el mal físico es un misterio del que no podemos escaparnos (nadie pasa por un campo de muertos con una rosa en la mano), Dios con su Encarnación nos ofrece la única manera de llevarlo adelante sin hundirnos: con Él. Como la otra opción es la desesperación, Cristo dice, “yo cogí la cruz, vente”. Por eso, más que escaparse de Herodes, Cristo retrasa su propio martirio de Inocente para que sepamos que con Él es posible sobrellevar el dolor de una manera bien distinta a la desesperación. Los inocentes de hoy nos recuerdan a los niños que mueren pronto, a los bebitos, a los abortos, a los que no les ha dado tiempo de pronunciar la primera risa y sin embargo están pegados misteriosísimamente a Dios.
¿Y por qué a veces unos se curan y otros no?, ¿por qué en ocasiones Dios parece dejar en suspenso las leyes naturales para librar a una persona de su cáncer y otras veces no? Pues no tenemos ni idea. Pero en inducción temeraria, Dios parece actuar directamente para producir más fe, “¿crees que puedo hacerlo?”, “ve, tu fe te ha curado”. Es como si no hubiera venido a la tierra a hacer las veces de hada madrina que todo lo cura, haciendo brillar sus hechizos por donde pasa. Sólo quiere que el hombre se dé cuenta de que él es su razón de vida.
Javier Alonso Sandoica

No hay comentarios:

Publicar un comentario

O noso blog necesita dos teus comentarios!