domingo, 27 de noviembre de 2011

¿UNHA SOCIEDADE MÁIS HUMANA É POSIBLE?

Segundo os datos que nos chegan, o día 31 de Outubro, chegamos a unha cifra record de sete mil millóns de habitantes no mundo. Por outra banda, o mesmo día 31, lía nun libriño o seguinte: “Ás inmensas posibilidades da ciencia e da técnica conseguen aliviar os sufrimentos, suprimir a fame, nunha familia humana que medra en proporcións endexamais coñecidas.

Estes grandes medios non bastan, por indispensables que resulten:se un bo día, nos espertaramos en sociedades funcionais, altamente tecnificadas, pero nas que se apagara a confianza da fe, a intelixencia do corazón, unha sede de reconciliación, ¿cal sería o futuro da familia humana?”.

Son cifras e constatacións que teñen que facernos pensar. É esta unha realidade que temos moi pretiño de nós. Si tivésemos que elixir, por qué sociedade optariamos: unha sociedade sen internet, sen teléfonos móbiles, sen coches, etc., ou unha sociedade sen unha escala de valores?

Creo que se pode vivir nunha sociedade na que a técnica e a ciencia estea ao servizo dunha humanidade solidaria, xusta, necesitada,sen traballo, enferma, etc.

Se pensamos que só os nosos gobernantes o van a facer así seguiremos esperando e non veremos cumpridos os nosos desexos.Se ti e máis eu, se todos empezamos a facelo realidade, pouco apouco conseguiremos que a sociedade sexa máis humana.

Xa dariamos un paso importante se madurásemos nesta reflexión e pouco a pouco a fixeramos realidade.

Empecemos.

martes, 22 de noviembre de 2011

CURAR HERIDAS DE HOY HECHAS EN EL AYER

Esas heridas que la vida nos va dejando por el trato con los demás y con no pocas cosas desordenadas, que molestan y hacen incómodas determinadas relaciones y soledades, y que plantean realmente unos interrogantes muy profundos al hombre. Son del pasado casi tanto como del presente, y deshacerse de ellas no resulta nada fácil. Como todo lo que no es hermoso, ni bello, ni agradable, ni placentero, ni bueno, ni estupendo, ni vivificante, ni vital, ni…  tendemos a dejarlo ahí, en el rincón oscuro del pensamiento, hasta que vengan días mejores o se pase por sí mismo. Lo cual, dicho sea de paso, es casi de lo peor. Porque las heridas se infectan y contagian partes sanas, porque las heridas se pueden llegar a extender, porque molestar en cada paso del camino, y aunque nos acostumbremos a su dolor no sentiremos la libertad que Dios nos ha regalado para hacer nuestro viaje de otra manera. Nada hay herido que pueda pasarnos desapercibido, nada de esto se puede controlar tanto como para dejar que forme parte del pasado sin seguir hiriéndonos (e hiriendo a otros) en nuestro presente.
La herida no se muestra como herida la mayor parte de las veces. Está. Con eso es muchas veces suficiente. Y otras da la vuelta para seguir llamando la atención, para que no la olvides. ¡Es el principio! ¡Maravilloso principio! ¡Qué bien hechos estamos! Que siga doliendo es la mejor forma de llamarnos para que prestemos atención y las curemos. Una herida que no duele es de lo más peligroso, y un dolor que no sé de dónde viene es muy inquietante. Podemos saber que está ahí, y reconocerlo. Quizá todavía no encontremos la medicina más adecuada y mejor, y con ello ya tenemos mucho más de lo que creemos.
Posibles heridas, para un primer chequeo:
  1. Personas que me han maltratado. No sólo físicamente, también de otras maneras. Porque no han visto en mí nada, y así se han comportado, desde la ignorancia. Que han despreciado mi humanidad y mis capacidades y me han colocado en un rincón. O aquellas que han ejercido sobre mí su violencia, probablemente también porque ellas estaban heridas. Violencia verbal, por superioridad, dejando en ridículo lo que soy, sea en privado o sea en público. Personas que han dañado mi historia, cuya presencia y mal hecho es irreparable. Y no sólo por violencia y un daño muy visible, también son heridas provocadas por personas con sus ideas e ideales, o con sus carencias de sueños y aspiraciones, o con sus manías y repeticiones, o con sus sentimientos. Personas que también me han contagiado una manera de ver la vida y de verme a mí mismo, que me han dejado sin esperanza, sin amar, que han roto mi inocencia y ganas de vivir. El peor de los daños, se me antoja ahora, es el de aquel que parecía que era bueno, que era amigo y familiar, y que he descubierto que se aprovechaba de mí, que imponía sus reglas sin sentido alguno, que daba una cara falsa con la que consiguió engañar durante un tiempo. La herida fue en el tiempo de la mentira, pero descubrir su verdadero rostro por encima de las apariencias es la posibilidad abierta a plantearme que puedo alejarme de su lado. Queda pendiente curar el daño hecho, reparar, si es posible, la confianza para otra segunda vuelta. Pero nunca, bajo ningún concepto, podrá volver a ser lo mismo ni parecido.
  2. Cosas que se han adueñado de mí. Y me hacen jugar en el mundo atado, caminar con demasiado peso, ligado siempre a ellas. Cosas que son más que vicios, sin las que creo que no puedo vivir, y sin las que despliego mis inseguridades y miedos. Cosas detrás de las que me escondo, y, como si se tratara de la película de “La máscara”, terminan haciendo de mi vida una esclavitud, acaban viviendo mi propia vida. Las cosas tienen esa triste capacidad de atraparme entre ellas cuando no sé para qué las uso ni a dónde voy, cuando son simple necesidad por necesidad. Necesidad social, necesidad del momento, necesidad de mi mundo y de mi ambiente.
  3. Acontecimientos dolorosos. Lo que sucede en mi vida, sucede. Y no puedo controlarlo. La mayor parte de situaciones de la vida son indominables e incalculables. Ocurren, sin más. Y algunas veces me toca ser testigo en la vida de otros; otras me veo más implicado porque son personas cercanas, y todo va dejando su huella; y unas y otras se suman a las que a mí mismo me pasan. Y en la vida están sucediéndose continuamente, y en cadena, una serie de acontecimientos que me van balanceando. Cuando todo es a favor, o parece que el viento sopla en esa dirección, no se nota tanto. Cuando toca remar contracorriente, esperando frente a la deseperanza, soportar el azote de lo que no comprendo, ya es más patente. Sin embargo, tendríamos que decir que la mayor parte de las veces lo malo se convierte en malo porque así lo he decidido yo directamente. Porque “aquello que sucede” está esperando que yo le dé un sentido que no puedo encontrarle, o que aguarda de mí una palabra para integrarlo en una historia que no comprendo excesivamente. Ése acontecimiento quedará por tanto anquilosado. Y para unos esto puede ser haber sacado un 8 en una asignatura siendo alumno de 10, y para otros puede ser la muerte de un familiar cercano, o un cambio en el rumbo de su biografía, o la presencia de alguien que no acoge con esperanza, o una palabra mal dicha por alguien sinsentido, o un rechazo amoroso, o un rechazo personal de uno hacia sí mismo. Todo está esperando que yo pueda “decir sobre ello”, ponerle palabra para “controlarlo y dominarlo”, para “ubicarlo en una historia más grande” donde las cosas se van conectando entre si.
  4. El mal que me hago a mí mismo. Porque quererse bien es una tarea que se aprende con los años, y en los muchos años de sabiduría. Hay quien se quiere al modo como otros le quieren, y por tanto su vida se convierte en un ir y venir de una demanda a otra, viviendo al estilo de lo que los demás piden. Hay quienes por el contrario creen que amarse es no escuchar nada diferente a lo que ellos quieren oír, y en nuestra sociedad esto va de la mano del placer por el placer, de la comodidad incluso sin conocer el esfuerzo o el cansancio, sin la pasión de sentir que se puede perder algo grande. Hay quienes han hecho de su amor una moneda de cambio por amor de otros, o por cosas, y van por la calle mendigando que alguien les quiera para entregarles su corazón y quedarse prendado de ellos. Los hay también, y siento decirlos, aquellos que rechazan el amor, y han abrazado como forma de vida el odio, el desprecio de los demás, el critiqueo martilleante, el pesimismo sobre el hombre llegado al extremo de no confiar. Y también hay quien se conforma con el amor del amigo, del amigo siempre bueno que no puede equivocarse, haciendo de su amor una exigencia y una permanente forma de mendicidad. Y a esto le llaman quererse bien, quererse a uno mismo. Y la rebaja más grande del amor a uno mismo es aquella que se esconde entre las cosas, las ropas, el tener, el poder o el valer.
Muchas más cosas, sin duda, que no están contempladas aquí, provocan heridas en nuestra humanidad. Y suscitan muchos deseos, muchos vínculos y ligazones poco sanos. Quizá algunas de ellas podamos ocultarlas durante un tiempo, pero saldrán a medida que nuestra capacidad de resistencia merme, y en esto la vida es una excelente maestra. No deja nada al amparo del olvido. Otro día, puede que esta noche, le doy la segunda vuelta al artículo para ofrecer también un camino posible. Adelanto que no hay nada mejor para curar algo que reconocerse herido, y atender a quien sí puede curar, sanar, salvar.

José Fernando Escolapio

miércoles, 16 de noviembre de 2011

LOS DOS BURRITOS

Érase una vez una madre - así comienza esta historia encontrada en un viejo libro de vida de monjes, y escrita en los primeros siglos de la Iglesia -. Erase una vez una madre - digo - que estaba muy apesadumbrada, porque sus dos hijos se habían desviado del camino en que ella los había educado. Mal aconsejados por sus maestros de retórica, habían abandonado la fe católica adhiriéndose a la herejía, y además se estaban entregando a un vida licenciosa desbarrancándose cada día más por la pendiente del vicio.

Y bien. Esta madre fue un día a desahogar su congoja con un santo eremita que vivía en el desierto de la Tebaida. Era este un santo monje, de los de antes, que se había ido al desierto a fin de estar en la presencia de Dios purificando su corazón con el ayuno y la oración. A él acudían cuantos se sentían atormentados por la vida o los demonios difíciles de expulsar.

Fue así que esta madre de nuestra historia se encontró con el santo monje en su ermita, y le abrió el corazón contándole toda su congoja. Su esposo había muerto cuando sus hijos eran aún pequeños, y ella había tenido que dedicar toda la vida a su cuidado. Había puesto todo su empeño en recordarles permanentemente la figura del padre ausente, a fin de que los pequeños tuvieran una imagen que imitar y una motivación para seguir su ejemplo. Pero , hete aquí, que ahora, ya adolescentes, se habían dejado influir por las doctrinas de maestros que no seguían el buen camino y enseñaban a no seguirlo. Y ella sentía que todo el esfuerzo de su vida se estaba inutilizando. ¿Qué hacer? Retirar a sus hijos de la escuela, era exponerlos a que suspendidos sus estudios, terminaran por sumergirse aún más en los vicios por dedicarse al ocio y vagancia del teatro al circo.

Lo peor de la situación era que ella misma ya no sabía qué actitud tomar respecto a sus convicciones religiosas y personales. Porque si éstas no habían servido para mantener a sus propios hijos en la buena senda, quizá fueran indicio de que estaba equivocada también ella. En fin, al dolor se sumaba la dura y el desconcierto no sabiendo qué sentido podría tener ya el continuar siendo fiel al recuerdo de su esposo difunto.

Todo esto y muchas otras cosas contó la mujer al santo eremita, que la escuchó en silencio y con cariño. Cuando terminó su exposición, el monje continuó en silencio mirándola. Finalmente se levantó de su asiento y la invitó a que juntos se acercaran a la ventana. Daba esta hacia la falda de la colina donde solamente se veía un arbusto, y atada a su tronco una burra con sus dos burritos mellizos.

-¿Qué ves? - le preguntó a la mujer quien respondió:

-Veo una burra atada al tronco del arbusto y a sus dos burritos que retozan a su alrededor sueltos. A veces vienen y maman un poquito, y luego se alejan corriendo por detrás de la colina donde parecen perderse, para aparecer enseguida cerca de su burra madre. Y esto lo han venido haciendo desde que llegué aquí. Los miraba sin ver mientras te hablaba.

-Has visto bien - le respondió el ermitaño-. Aprende de la burra. Ella permanece atada y tranquila. Deja que sus burritos retocen y se vayan. Pero su presencia allí es un continuo punto de referencia para ellos, que permanentemente retornan a su lado. Si ella se desatara para querer seguirlos, probablemente se perderían los tres en el desierto. Tu fidelidad es el mejor método para que tus hijos puedan reencontrar el buen camino cuando se den cuenta de que están extraviados.

Sé fiel y conservarás tu paz, aun en la soledad y el dolor. Diciendo esto la bendijo, y la mujer retornó a su casa con la paz en su corazón adolorido.



Mamerto Henapace, "Cuentos al amanecer"

lunes, 7 de noviembre de 2011

A PALABRA DE DEUS E A COMUNIDADE PARROQUIAL


Un ano máis preséntasenos un reto persoal e comunitario: Vivir a experiencia da fe, como crentes, sendo testemuñas da fe que profesamos e luz de Xesús na comunidade na que vivimos e da que formamos parte. Toda esta experiencia non será posible facela vida se non nos alimentamos na Palabra de Deus, nos sacramentos, e se non a vivimos en comunidade. Teño que aclarar que unha cousa é chamarse crente e vivir esta fe illada- mente, e outra ben distinta é vivir esta fe na comunidade da Igrexa.

Este ano, o pasado 17 de Setembro, fomos invitados polo Sr. Arcebispo a participar na Asemblea diocesana, centrada na Palabra de Deus como fonte de vida: "Señor, Ti tés palabras de vida eterna".

Somos conscientes de que a crise de valores que estamos a vivir e a sufrir non se dá porque as persoas sexamos malas ou peores que noutros tempos. Tamén, como cristiáns, temos que ser conscientes de que non sairemos desta crise se non recuperamos a escala de valores xurdida de Deus e manifestada na súa Palabra e en Xesucristo.

Por todo isto dedicaremos este próximo trienio á Palabra de Deus, como motor da nosa Pastoral diocesana e parroquial:
  • A Palabra de Deus anunciada (2011-2012): A Igrexa convocada pola Palabra.
  • A Palabra de Deus celebrada (2012-2013): A Igrexa congregada pola Eucaristía.
  • A Palabra de Deus testemuñada (2013-2014)A Igrexa conducida ó testemuño e a caridade.

A Palabra e a Igrexa, a Igrexa e a Palabra é un binomio inseparable. A nosa parroquia, comunidade eclesial, debe beber desta fonte para des- cubrir a importancia der ser testemuño humilde pero vivo na sociedade. 

Unha aperta. ¡Necesítovos!

Benjamín